A menudo invertir se describe como el proceso de depositar una cierta cantidad de dinero ahora con la expectativa de recibir más dinero en el futuro. En Berkshire Hathaway tenemos un concepto más exigente, y consideramos que las inversiones son como una transferencia de poder adquisitivo a terceros con la expectativa de recibir más poder adquisitivo en el futuro, después de haber pagado los consiguientes impuestos sobre las ganancias nominales. En resumen, invertir es como renunciar al consumo ahora para tener la capacidad de consumir más en un determinado momento.

A partir de nuestra definición se puede extraer una conclusión importante: el nivel de riesgo de una inversión no se mide en función del coeficiente de volatilidad conocido como beta (un término que utilizan en Wall Street para evaluar el nivel de riesgo de una inversión) sino por la posibilidad, la probabilidad razonada, de que una inversión acabe provocando una pérdida de poder adquisitivo durante el periodo de tenencia. Los activos pueden sufrir importantes fluctuaciones en el precio y no estar expuestos a ningún riesgo, siempre y cuando ofrezcan garantías razonables de ofrecer un incremento del poder adquisitivo durante el periodo de tenencia. Y, como veremos más adelante, un activo no fluctuante puede estar repleto de riesgos.

Posibilidades de inversión hay muchas y variadas. Hay tres grandes categorías, es de suma importancia entender las características de cada una.

DIVISAS Y OTROS INSTRUMENTOS

Las inversiones denominadas en una determinada divisa pueden abarcar fondos monetarios, bonos, hipotecas, depósitos bancarios y otros instrumentos. La mayoría de estas inversiones suelen considerarse “seguras’. No obstante, lo cierto es que se encuentran entre los activos más peligrosos. Aunque su beta puede ser cero, su riesgo es enorme.

En el último siglo, estos instrumentos han destruido el poder adquisitivo de inversores en varios países, a pesar de que dichos inversores siguieran recibiendo pagos periódicos de intereses. Por otra parte, este poco atractivo resultado, siempre volverá a repetirse. Los gobiernos son los que deciden el valor final del dinero, y las tuerzas sistémicas harán que estos a veces pongan en práctica políticas que generen inflación. Además, de vez en cuando, dichas políticas se les escapan de las manos. Incluso en EEUU, donde hay un enorme interés por que la divisa mantenga su estabilidad, el valor del dólar se ha depreciado ni más ni menos que un 86% desde 1965, cuando pasé a asumir el control de la gestión de Berkshire. Hoy en día se necesitan 7 dólares para comprar lo que antes costaba un dólar. Por consiguiente, una supuesta institución libre de impuestos hubiese necesitado, durante todo este tiempo, un interés anualizado del 4,3% en las inversiones en bonos para mantener su poder adquisitivo. Los directivos de dicha institución se estarían engañando a sí mismos si considerasen un “ingreso” cualquier proporción de dicho interés.

Para los inversores contribuyentes como usted y yo, el panorama ha sido bastante peor. Durante ese mismo periodo de 47 años, la inversión de bonos del Tesoro estadounidense ha producido un 5,7% anualizado. Aunque el dato parece satisfactorio, si un inversor individual pagó impuestos a un tipo medio del 25%, este 5,7% no habría aportado ninguna rentabilidad en términos reales. Dicho impuesto sobre el inversor habría supuesto un recorte de 1,4 puntos de la rentabilidad mencionada, y la misma inflación habría anulado el 4,3% restante. Vale la pena recordar que el “impuesto” inflacionario implícito superó en más de tres veces al impuesto explícito que nuestro inversor probablemente consideraría su principal rémora. Aunque en nuestros billetes aparece el mensaje In God We Trust (Confiamos en Dios), la mano que pone en marcha la máquina de imprimir dinero público siempre ha sido humana.

Sin duda, los elevados tipos de interés pueden compensar a los compradores por el riesgo asociado a la inflación que corren con este tipo de inversiones – y de hecho, los tipos de interés de 1980 cumplieron perfectamente esta función.

No obstante, los actuales tipos están lejos de compensar el riesgo de pérdida de poder adquisitivo que asumen los inversores.

Dadas las circunstancias actuales, por tanto, no soy partidario de las inversiones en divisas. Aún así, Berkshire posee importantes cantidades de estas, en su mayor parte a corto plazo. En Berkshire, las necesidades de liquidez ocupan un lugar primordial, con independencia del nivel que alcancen los tipos. En base a esas necesidades, nuestra principal inversión se centra en los bonos del Tesoro de EEUU, la única alternativa con la que se puede contar para obtener liquidez, por muy caóticas que sean las condiciones económicas. Nuestro nivel de liquidez asciende a 20.000 millones de dólares, y nuestro mínimo absoluto es de 10.000 millones de dólares.

Con independencia de los requisitos que la liquidez y los reguladores nos impongan, compraremos activos vinculados a alguna divisa solo en el caso de que ofrezcan la posibilidad de obtener beneficios extraordinarios, ya sea porque una emisión en concreto esté infravalorada, como puede ocurrir con bastante frecuencia con los bonos basura, o bien porque los tipos de interés suban hasta unos niveles que hagan posible obtener ganancias de capital sustanciales en deuda de buena calidad cuando los tipos acaben cayendo. A pesar de haber sabido aprovechar estas dos posibilidades en el pasado (y de que seguramente volvamos a hacerlo) ahora mismo no somos partidarios de este tipo de inversiones. En este momento, el comentario irónico que hizo hace tiempo el catedrático Shelby Cullom Davis está más vigente que nunca: “Los bonos que ganaron posiciones ofreciendo una rentabilidad libre de riesgos aportan ahora mismo un elevado nivel de riesgo y ninguna rentabilidad”.

ACTIVOS NO PRODUCTIVOS

La segunda gran categoría de inversiones está relacionada con los activos que nunca producirán nada, pero que se suelen comprar con la esperanza de que alguien – que a su vez sabe perfectamente que dichos activos siempre serán improductivos -pague más por ellos en el futuro. Los tulipanes, por ejemplo, se convirtieron durante un breve periodo de tiempo en la inversión favorita de este tipo de compradores en el siglo XVII.

Este tipo de inversión requiere un abanico cada vez más amplio de compradores que, a su vez, confían en su elección, convencidos de que dicho abanico seguirá creciendo. A los propietarios no les importa tanto lo que el propio activo pueda producir – permanecerá inerte para siempre – sino el interés que este pueda despertar entre la comunidad inversora en el futuro.

El principal activo de esta categoría es el oro, que ahora mismo se ha convertido en el gran favorito de los inversores que evitan el resto de activos, especialmente el papel (cuyo valor, evidentemente, genera no pocos recelos).

El oro, sin embargo, tiene dos inconvenientes importantes: ni tiene mucha utilidad, ni se multiplica con el tiempo. Es cierto que tiene cierta utilidad industrial y decorativa, pero la demanda para estos propósitos es limitada y, en cualquier caso, es incapaz de absorber la nueva producción de oro. Por otra parte, si uno mantiene una onza de oro durante muchos años, al final seguirá siendo propietario de una onza de oro.

La principal motivación para los inversores que se deciden a comprar oro es que creen que la cantidad de personas que evitan comprar el metal amarillo por temor siempre irá en aumento. Durante la pasada década, esa convicción funcionó. Aparte de eso, el aumento imparable de su precio ha generado entusiasmo a la hora de comprar, atrayendo a inversores que consideran estos incrementos una confirmación de una clásica teoría de inversión. Cuando un grupo cada vez más numeroso de inversores sigue una misma tendencia, su opinión prevalece durante un tiempo.

En los últimos 15 años, las acciones de Internet y las viviendas han puesto de manifiesto los excesos que pueden surgir de combinar una teoría que en principio parecía lógica con el aumento de los precios y la publicidad en tomo a este fenómeno. En estas burbujas, una legión de inversores que en principio se mostraron escépticos sucumben a la ‘prueba” del mercado, y el abanico de compradores crece lo suficiente para que el motor siga funcionando. Pero, inevitablemente, las burbujas excesivamente hinchadas acaban por explotar.

Actualmente, las reservas mundiales de oro son aproximadamente de 170.000 toneladas métricas. Si se fundiese todo ese oro junto, se formaría un cubo de algo más de 20 metros por lado. A un precio de 1.750 dólares la onza su valor sería de alrededor de 9,6 billones de dólares. Llamemos a este cubo el ‘montón A’!

Vamos a crear ahora un “montón B” con el mismo importe. Para ello, podríamos comprar todas las tierras de cultivo de EEUU (con una producción de alrededor de 200.000 millones de dólares anuales y una extensión de 162 millones de hectáreas), más el equivalente a 16 empresas como Exxon Mobil (la compañía más rentable del mundo, con unos ingresos superiores a los 40.000 millones de dólares anuales). Después de haber realizado todas estas compras, todavía nos sobraría un billón de dólares (razón por la que no tendríamos la sensación de andar justos de dinero). ¿Se imaginan a un inversor que disponga de 9,6 billones de dólares escogiendo el montón A en lugar del B?

Con independencia de la espectacular valoración otorgada a las actuales reservas de oro, a los precios actuales del metal amarillo, la producción anual de oro ascendería a 160.000 millones de dólares. Los compradores (ya se trate de propietarios de joyerías, industriales, personas asustadizas o especuladores) deben absorber constantemente esta oferta adicional para mantener un equilibrio en los precios actuales.

Dentro de un siglo, los 162 millones de hectáreas de cultivo habrán producido asombrosas cantidades de maíz, trigo, algodón y otros cultivos -y continuarán produciendo un activo tan valioso como este, con independencia de cuál sea la divisa-. Exxon Mobil probablemente habrá entregado miles de millones de dólares en dividendos a sus propietarios y poseerá activos por valor de otros cuantos billones más (y recuerde, usted tendría el equivalente a 16 Exxon). Las 170.000 toneladas de oro mantendrían invariable su tamaño y seguirían siendo incapaces de producir nada. Por mucho que se agite la lámpara, no saldrá el genio.

En cualquier caso, ante cualquier situación de incertidumbre y desasosiego, es probable que la gente siga recurriendo al oro dentro de un siglo. No obstante, estoy casi seguro de que, a lo largo del siglo, los 9, 6 billones de dólares de valoración actual del montón A ofrecerán una rentabilidad inferior a la conseguida por el montón B.

Nuestras dos primeras categorías gozan de máxima popularidad en los momentos de más incertidumbre: el pánico al colapso de la economía hace que la gente apueste por activos basados en divisas, sobre todo obligaciones del estado; en cambio, el temor al colapso monetario fomenta las inversiones en activos estériles como el oro.A Finales de 2008 se puso de moda la frase “cash is king” (el dinero en efectivo es el rey), justo en un momento en el que era más recomendable utilizarlo que reservarlo. De igual manera, a principios de esa misma década se repitió hasta la saciedad la frase “cash is trash” (el dinero en efectivo es basura), justo cuando las inversiones vinculadas al dólar estaban en el mejor nivel que se recuerda. En esas ocasiones, los inversores pagaban cara la comodidad de colocar su dinero donde lo hacía la mayor parte de la gente.

ACTIVOS PRODUCTIVOS

En mi opinión la mejor alternativa sería la clase de activos que pertenecen a nuestra tercera categoría: la inversión en activos productivos, ya se trate de empresas, granjas o viviendas. Lo ideal es que, en tiempos inflacionistas, dichos activos tengan la capacidad de aportar un beneficio sin pérdida de poder adquisitivo, y con unos requisitos mínimos de nuevo capital.

Granjas, inmuebles y muchas empresas como Coca-Cola, IBM y nuestra propia Sees Candy consiguen dichos objetivos. Otras compañías, como por ejemplo las empresas públicas del país sometidas al control de la autoridad reguladora, no consiguen esos objetivos debido a los grandes requisitos de capital consecuencia de la inflación. Para ganar más, sus propietarios se ven obligados a invertir más. Y aún así, estas inversiones serán más rentables que los activos no productivos o que los vinculados a una divisa.

Con independencia de si dentro de un siglo la divisa está vinculada al oro, a las conchas marinas, a los dientes de tiburón o sigue siendo un trozo de papel (como ahora mismo), la gente querrá intercambiar unos minutos de su actividad laboral por una Coca-Cola. En el futuro, la población de EEUU moverá más bienes, consumirá más alimentos, y necesitará más espacio vital del que necesita ahora. La gente siempre seguirá cambiando los artículos que produce por los que otros producen.

Las empresas del país seguirán ofreciendo bienes y servicios demandados por nuestros ciudadanos. En sentido metafórico, estas “vacas comerciales” vivirán durante siglos y darán cada vez más cantidad de “leche”. Su valor estará determinado no por el medio de intercambio, sino por su capacidad de abastecer leche. Los propietarios de las vacas recibirán cada vez más beneficios derivados de la venta de leche, tal y como ocurrió en el siglo XX cuando el Dow Jones pasó de 66 a 11.497 puntos (pagando además gran cantidad de dividendos).

El objetivo de Berkshire será incrementar su presencia en los mejores negocios. Nuestra prioridad será acabar teniendo el control de su totalidad, aunque en otros casos controlaremos una gran cantidad de las acciones negociables. Estoy convencido de que, a lo largo de cualquier periodo de tiempo prolongado, se demostrará que esta categoría de inversión es, con diferencia, la más recomendable de las tres que hemos examinado. Y, lo que es más importante: será, sin lugar a dudas, la opción más segura.

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